viernes, 4 de abril de 2025

Inteligencia Artificial que “se apaña” la voz de locutores

Bien y a la Primera

Omar Espinosa 

“Su voz es inconfundible, cálida, confiable; la escuchas y sabes que estás en casa.” Eso dicen los clientes cuando buscan un locutor para su proyecto, pero cuando llega el momento de pagar, la voz ya no es tan valiosa; es solo aire, ondas, solo sonido.

Dicen que la voz es el reflejo del alma, que en sus matices, en sus silencios y vibraciones habita la esencia de quien la emite; pero, ¿y si esa voz ya no le pertenece a quien la creó? ¿Si un contrato frío como el acero la despojara de su dueño y la convirtiera en un eco infinito al servicio de otros?

Los locutores, esas almas que dan vida a la palabra, han sido convocados a una nueva era donde su voz ya no les pertenece, sino que ahora es de una Inteligencia Artificial que la imita, la multiplica, la explota. Una era donde el talento se compra a precio de saldo y se revende con la promesa de la eternidad digital.

El locutor entrega su voz, la modela, la perfecciona, firma un contrato donde la cede a cambio de un pago que no cubre ni la mitad de lo que su talento merece. ¿Regalías por su uso en anuncios, sistemas automatizados o Inteligencia Artificial? No, no exageremos. 

La empresa ya pagó una vez, ¿por qué tendría que pagar otra?

Y así, sin más, la voz se libera en el mundo digital… pero el locutor sigue preso, porque su voz, esa que construyó con años de esfuerzo, ahora es replicada por un algoritmo que nunca descansa, que nunca cobra, que nunca exige derechos. “Es su voz, pero no es él”, dijera aquel. Ya saben.

Según la Ley de Derechos de Autor en México, se protegen obras intelectuales como libros, películas, fotografías, escritos, y software, entre otras categorías, pero curiosamente no siempre protegen la voz, pues un locutor no es el autor de sus palabras, solo las pronuncia y lo que se registra no es la propia voz, sino el producto generado con esta. Entonces, ¿su voz es suya o es solo un medio de producción?

Si un cantante graba una canción recibe regalías cada vez que su voz suena en la radio, pero si un locutor graba su voz para un asistente virtual, una central telefónica o un banco de voces, su pago es único, finito y puede repetirse hasta el infinito, pero su beneficio es instantáneo y perecedero.

Si la ley concede a los creadores el derecho de controlar el uso de su obra, ¿por qué los locutores no pueden controlar el uso de su voz clonada por IA? La respuesta es simple: porque quienes dictan las reglas han aprendido que la voz es valiosa cuando se compra barata y se explota sin límites.

“Si aceptaste grabar por un pago mínimo, ¿por qué te quejas de que tu voz sea usada sin tu permiso? Tú aceptaste.”

Pero no nos engañemos; el problema no es la oferta ni la demanda, sino la normalización del abuso, donde nos dicen que la IA democratiza la industria, que facilita el acceso a voces de calidad sin necesidad de pagar sueldos injustificados. Ok, ¿para quién es la democracia cuando los creadores no pueden reclamar lo que es suyo?

Las empresas que explotan estas voces invocan la innovación, pero practican el feudalismo. Nos hablan de avances tecnológicos mientras exigen que los locutores se resignen a ser obreros del aire, condenados a desaparecer en el algoritmo.

Si la IA quiere hablar con nuestra voz, que se pague como lo haría con un escritor, un compositor o un artista cualquiera, porque la voz es más que un sonido; es identidad, es historia, es trabajo y ningún algoritmo debería silenciar el derecho de quien la hace existir.

Marco Aurelio, emperador y filósofo romano, escribió alguna vez: "La mejor venganza es no ser como tu enemigo." Entonces, la verdadera revolución no está en luchar contra las máquinas, sino en recordar que la voz, como la dignidad, no tiene precio.

O al menos, no debería.

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