miércoles, 28 de mayo de 2025

El Zorro y el Sendero Dorado

Omar Espinosa
(Fábula)


En un bosque frondoso donde los árboles guardan todo tipo de historias antiguas, vivía un zorro astuto llamado Lino; pero Lino no era un zorro cualquiera. Su pelaje blanco brillaba bajo el sol y su ingenio lo había llevado a cazar las presas más esquivas con astucia y energía. Durante algunos años de gloria permaneció activo y rebosante dentro de lo que consideró siempre su "Sendero Dorado", demostrando habilidades únicas que le distinguían, además de una creatividad envidiable. Ahí aprendió a sortear los peligros del bosque con gracia y peculiar picardía, pero la azarosa vida, le habría de quitar un día de verano, ese “paraíso”.

Seguro de sí, inició un largo caminar en busca de otro lugar igual al sendero dorado sin poder encontrarlo con las mismas características, pues esa tierra, ese bosque parecía haber sido construido solo para él y por el, lo que dificultó la localización de un nuevo edén. Lino pareció entenderlo y con obligada resignación y resiliencia, decidió cambiar esa adrenalina que otrora le hacía sucumbir a la emoción de la pasión que le ofrecían todos sus logros alcanzados, por un destino que a primera vista, pareciera más cómodo y digno de aquellos méritos obtenidos en el pasado.

Lino pudo comprobar en repetidas ocasiones, que todos los que habían seguido (o no) su ejemplo en bosques aledaños le admiraban por el camino recorrido, su carácter y el legado que había dejado atrás, pero él soñaba con volver a explorar y porque no, construir un nuevo “Sendero Dorado”, ese lugar que según las leyendas contaban que había sido el sitio donde una vez los deseos se hicieron realidad y la prosperidad parecía infinita.

Un día mientras Lino descansaba y se mantenía absorto en sus pensamientos bajo un roble, una lechuza vieja y sabia llamada Clara le habló de dos caminos que se abrían frente a él. El primero, uno que parecía ser nuevamente el sendero dorado, angosto, lleno de espinas y obstáculos pero que prometía llevarlo a su verdadera pasión; un lugar donde podría moverse con libertad, crear su propio refugio y vivir en armonía con su espíritu inquieto.

El segundo, “el camino de las rocas” que era ancho, liso y seguro, con promesas de comida abundante y un lugar cómodo para descansar aunque carecía de la chispa que avivaba el corazón de Lino.

Lino seducido por la promesa de estabilidad y cansado de las incertezas del bosque, eligió el camino de las rocas: “es lo sensato” pensó, “tendré comida, un lugar donde dormir y no tendré que preocuparme por las incertidumbres del sendero dorado”. Sintió miedo y tomó la decisión.

Dejó atrás los sueños de encontrar más aventuras y se adentró en el que se ofrecía como una ruta fácil.

Los primeros años en el camino de las rocas fueron como un sueño; se comía bien, tenía un refugio cálido y los demás animales lo respetaban por su elección “inteligente”, pero con el tiempo, el brillo de su pelaje comenzó a apagarse; las tareas que realizaba en el camino de las rocas (transportar piedras, seguir órdenes y el repetir de la misma rutina día a día) no alimentaban su alma. Cada día Lino miraba hacia el horizonte recordando el sendero dorado y preguntándose qué habría encontrado si hubiera seguido su pasión. "Quizá habría encontrado un nuevo sendero”, se repetía eventualmente.

Solo se lamentó.

Al paso de un lustro y medio, Lino se sintió en repetidas ocasiones como una presa, atrapado en la monotonía. Fue entonces cuando comenzó a dudar de sí mismo: “¿Y si no soy tan astuto como creía?” se preguntaba. “¿Y si nunca fui digno de aquel Sendero Dorado?”. El síndrome del impostor lo devoraba y el arrepentimiento por su elección lo sumió en una profunda tristeza. La comida comenzó a escasear, las oportunidades a mermar y prácticamente ya nada le hacía sentirse bien, el refugio cálido se sentía frío y el bosque que antes era su hogar, ahora le parecía un lugar gris y sin sentido, aburrido, caótico y hasta absurdo.

Aturdido por la desesperación y la ansiedad, una noche Lino salió de su madriguera y alzó la mirada al cielo estrellado para suplicar con voz tímida: “solo quiero una oportunidad”... “una oportunidad para demostrar que puedo ser el zorro que una vez fui”. Pero el bosque guardaba silencio, era el viento lo único que se escuchaba y parecía llevarse las palabras al infinito del olvido.

Las opciones parecían haberse desvanecido y Lino perdido tanto como atrapado en la coraza de su mente, no sabía cómo salir de la prisión que él mismo había construido.

Fueron once largas noches iguales, pero en la última mientras vagaba sin rumbo, se encontró nuevamente con Clara la lechuza y ella con sus ojos profundos lo miró con compasión y dijo: “el sendero dorado aún existe, pero no está en el bosque sino dentro de ti. Tu error no fue elegir el camino de las rocas, sino el olvidar que siempre puedes volver a elegir”.

Lino con el corazón apesadumbrado preguntó: “¿Y si es demasiado tarde? ¿Y si ya no soy capaz?”. Clara movió sus alas con suavidad y respondió: “el bosque no juzga el pasado solo premia a quienes se atreven a caminar de nuevo en la búsqueda de un nuevo y mejor sendero dorado, que seguramente no promete facilidad pero sí un propósito"… luego de unos segundos de silencio y antes de levantar vuelo hacia la penumbra del cielo nocturno la lechuza susurró: “la pasión no se pierde, solo espera a ser recordada”.

Moraleja:

Nunca es tarde para volver a elegir el camino que encienda tu pasión.

El verdadero sendero dorado no está fuera, sino en aquello que da sentido a tu vida.